Levanto la persiana perezosa, perezosa ella y perezosa yo. Aún no estoy preparada para mirar qué hay tras la ventana, así que la abro sin prestar atención al mundo que parece esperarme y permito que el viento entre ligero y se encargue de despertar y airear lo que de mí ha quedado en la cama.

La cafetera, el exprimidor y la tostadora saben que es su momento de gloria del día. Los adoro. Los adoro tanto como se puede adorar a quien te saca la primera sonrisa del día. Cuatro naranjas con su justo punto amargo, listas y dispuestas, cortadas por la mitad. Pongamos café, de Guinea por ejemplo, hasta el límite. Un par de rodajas de pan de pueblo, pan recién horneado.
Comienza entonces lo que para mí es una sinfonía: el traqueteo del exprimidor, el chisporroteo de las tostadas jugando con una cucharada de aceite de oliva y el agua hirviendo en la cafetera anunciando el éxtasis que producirá el café. Mientras, el estómago pide también medio bol de cereales y algo de fruta picada con queso fresco, kiwi, tal vez.
La mesa al lado de la ventana se presenta como candidata perfecta para acoger los primeros manjares de la jornada. La radio de fondo va introduciéndome en el día sin que le preste excesiva atención, ya que frente a mí está el verdadero motor: café humeante, olor a naranja recién exprimida, calorcito de pan tostado, exquisita combinación.
Detrás de mí aún están las maletas de un viaje que acabó ayer. Maletas que desharé en un rato y un viaje que iré contando. Pero ahora toca arrancar y tengo todo lo que necesito para ello.
Ya dejas muy buen sabor de boca con tu primera entrada…. ¡Queremos más! 🙂
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Me encanta!!! Más Almudena!!!!
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¡Allá vamos! ¡qué gustazo de bienvenida!
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